sábado, 26 de agosto de 2017

Abuelita Matilde

Quien no conoce abuela no conoce cosa buena.

Abuelita
Vivió siete años sola tras enviudar. En las fiestas del pueblo y en Navidades todos queríamos que viniera a nuestra casa, pero había más hijos que fiestas así que nos "peleábamos" para conseguirla.

Para todos sus nietos, ella era "abuelita".
Sí, en mi pueblo, entonces, cuando la lengua leonesa era lo normal aunque los maestros en la escuela se esforzaban por corregirnos el habla, el diminutivo se hacía en -in -ina, pero a mi abuela la llamábamos "abuelita". Sin duda que tiene una explicación desde la lingüística o desde la sociolingüística. No importa ahora, hoy solo expongo el hecho.

A mi abuela le encantaban los niños, decía que en todas las casas debía haber siempre algún niño. Pero cuando nos juntábamos muchos primos y hacíamos trastadas, se enfadaba un poco y decía "¡ay castrones!".

Tuve la suerte de ser el nieto que más cerca vivía de su casa y por eso pasé mucho tiempo con ella. Nos queríamos mucho.

En este día, 26 de agosto, hubiera cumplido 118 años, nació el siglo XIX, en Armunia (León). Se casó con mi abuelo a la edad de 23 años y tuvieron siete hijos. En casa de sus padres habían nacido nueve hermanos, de los cuales cinco murieron jóvenes: Eduardo murió con once meses de vida; Ilutinia con seis años y su poco usual nombre se lo puso a una de sus hijas, a mi madre; Manuel murió con dieciséis años; Maximina con diecisiete; y Cándida con veintidós años. Los cuatro restantes fueron Trinidad, ella misma, Sofía y Eduardo.

Sus ancestros provienen de Oteruelo (León), Rioseco de Tapia (León) y San Andrés de Tacones (Asturias).

Su hermano menor
volvió a llamarse Eduardo
como el que murió 15 años antes
Tenía un reloj en la mesita de su dormitorio, de aquellos cuadrados cuyo tic-tac se oía en toda la casa. Si no lo tenía en la habitación no conseguía conciliar el sueño. Pero no lo necesitaba para despertarse ni para saber la hora. Era solo por el tic-tac. Los primos la poníamos a prueba preguntandole qué hora era, ella miraba para el sol o para las sombras y decía: "serán las...". Luego corríamos a ver el reloj y nunca se confundió en más de diez minutos.

No tenía sentido del olfato. No sé si lo perdió o nunca lo tuvo, pero ella se arreglaba bien con ello y disimulaba si hacía falta. Le llevábamos unas rosas recién cortadas del rosal y ella las recibía contenta, hacía como que las olía y sonreía agradecida. "Qué bien huelen", decía.

Nos contaba cuentos, historias y adivinanzas. "Largo largo como una soga, tiene unos dientes como una loba, ¿qué es?"

Le gustaban las flores. Fue ella la que me aficionó durante muchos años a cuidar las plantas allí donde estuviera.

Conocía las hierbas que hacía falta tener siempre en casa y las recogía por el campo: manzanilla, orégano, tomillo, té, hipérico... Si te encontrabas mal ella te daba una taza de té, o una cucharada de miel, o lo que fuera que te curase.

Las tres hermanas


Cuidaba de las gallinas, conejos, gochos... todos la conocían y esperaban de ella lo que necesitaban. También el gato que dormía en su regazo.

Cocinaba de tal manera que son suyos los mejores platos que recuerdo en cuanto a ensaladas, sopas de ajo, guisos de patatas con arroz, cocidos... y postres y dulces como arroz con leche, flan, manzanas asadas, magdalenas y las pastas que ahora hay que apellidar siempre como tradicionales para distinguirlas, pero que entonces eras simplemente pastas o, mejor dicho, bollos.

El otro día tuve que rendirme a la tentación y a la añoranza y las hice yo. Me salieron muy bien, riquísimas como entonces.

Era muy buena, tenía mucha fe y no se permitía perder misa ni rosario. Entre ella y mi madre me enseñaron a hacer la señal de la cruz y las primeras oraciones con las que yo me dirigí a Dios.



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